lunes, 12 de septiembre de 2011

2. Mi Gilgamesh. El escriba presenta su copia.

Estatua del rey bibliotecario de Nínive, Asurbanipal (s. VII AEC).





Mi Gilgamesh

Hay libros a los que siempre volvemos, no sólo por identificación personal sino quizás porque nos hacen fácil y deseable el regreso, porque a cada acercamiento nos ofrecen un nuevo pliegue, un nuevo despliegue. A la vez que el cómodo encanto de lo ya conocido, brindan la incitante sensación de que siempre allí nos esperará algo de aventurado, de sorpresivo. Uno de estos libros de muchas lecturas es para mí la epopeya de Gilgamesh. Tuve noticia de su existencia y lo leí por vez primera, hace más de cuarenta años; he vuelto a visitarlo detenidamente en más de cuarenta oportunidades. Me pongo a copiarlo aquí para ofrecerlo, porque me resulta difícil encontrar versiones accesibles en castellano; quizás sea útil para otros esta redacción que tengo entre mis apuntes: es en ella donde mejor me encuentro con Gilgamesh y sus peripecias. Como no sé descifrar la escritura cuneiforme, estas páginas se basan en traducciones de libros en inglés y francés, cuyas referencias aparecerán en las citas.

Ante un texto como este, trasvasado tan largamente, de escriba en escriba (yo incluido) y de milenio en milenio, se torna más evidente que cada uno de los huéspedes de un escrito, vuelve a escribirlo, desde su particular lectura. Mi opción personal apunta a evitar dos modalidades que me dificultan el acceso a esta como a otras obras de antaño: la escrupulosa presentación académica con profusión de notas críticas, y la versión modernizada que, en beneficio de una expresión corriente y ligera, sacrifica peculiaridades de la escritura original. Entre estas peculiaridades, me inquieta mantener lo que creo haya sido el ritmo del original, sus morosas complacencias, sus extravíos y regresos.

El primer hallazgo del poema en algunos fragmentos sobre tabletas de arcilla se produjo a mediados del siglo XIX, cuando gracias a las excavaciones de Austen Henry Layard en Mesopotamia, salió a luz la llamada Biblioteca de Asurbanipal. Las copias reunidas en ella datan de tiempos del rey bibliotecario y erudito de ese nombre, quien reinó en Asiria en el siglo VII AEC y pretendió acumular, en sus bien cuidadas cestas de tabletas, todo lo escrito disponible en su mundo y su época.

Entre esa versión asiria de Gilgamesh y la antigua primera edición sumeria en tabletas, que había sido realizada en el tercer milenio, mediaban ya tantos años como los que hoy nos separan de los remotos tiempos de Caracalla o Tertuliano. La diferencia sería aún mayor si pudiéramos medir la distancia con las relaciones orales del poema, que es presumible habrán existido algunos siglos antes del primer registro sobre arcilla.

Luego de esa primera y parcial versión encontrada en la biblioteca asiria, sucesivos hallazgos han aportado otras tabletas con fragmentos del poema. Como se verá, el conjunto no es aún completo ni parejo; hay meandros y lugares vacíos en el texto que hoy tenemos a mano: y en los baldíos del escrito suele pastar más de una interpretación desatada.

En la epopeya de Gilgamesh encontré la primera puesta en renglones de algunos temas pertinaces de la épica, la lírica, la filosofía; los temas mismos del ser humano, planteados ya en todo su dramatismo. Mencionaré sólo algunos: los orígenes de la humanidad, el hombre imaginado y amasado por la divinidad, las ventajas y desventajas de ser civilizado, la tensión entre lo urbano y lo campestre, el papel civilizador de las mujeres, la concepción heroica de la vida, la búsqueda de honor y renombre para sobrevivir al tiempo, los sueños como revelación y anticipación de los sucesos, la inentendible cólera de los dioses con los hombres, a los que sentencian a la destrucción, en este caso mediante un diluvio. En el relato sumerio del Diluvio, hallo un rasgo de humanidad que me lo hace preferible a otras narraciones de la misma catástrofe: cuando Utnapishtim (el Noé sumerio) ve que las aguas han cubierto el mundo habitado, prorrumpe en llanto; y los dioses, antes furiosos, lamentan su error. Hay también motivos que se hallarán en otras obras épicas: la fabricación de las armas del campeón, el debate entre el joven y el consejo de ancianos, la lucha para limpiar al mundo de monstruos, cuyo éxito da fin a la propia edad de los héroes, la soberbia que los lleva a insultar a los dioses y el consiguiente castigo, el descenso del viajero a los infiernos con los rituales y tabúes de previo cumplimiento, la metáfora pastoril del poder.

Ahora bien: que esa riqueza temática no nos distraiga de lo fundamental. Esta obra trata acerca del viaje hacia sí mismo, del poder, del amor, el sentido de la existencia, y la muerte. No de otra cosa tratan todas las literaturas. Aquí esas grandes cuestiones son abordadas sin dogmatismo ni adorno, con más preguntas que respuestas, con el corazón expuesto. Por verlo así, creo que Gilgamesh es un poema iniciático e inicial.

Una observación final en cuanto al título. En la actualidad se encabeza la obra como “El poema de Gilgamesh”; o en todo caso, se sustituye “el poema” por “la epopeya”. Esto me suena a nombre puesto desde afuera, con ánimo descriptivo y genérico. He preferido recuperar el título original, nacido de la práctica de los escribas: cuando estos catalogaban sus repositorios, identificaban a cada documento por lo escrito en su primer renglón. Así pues, opté por “El que vio lo profundo”. Además de responder al antiguo rótulo, esta denominación me parece corresponderse más íntimamente con el contenido de la obra.

Les presento a mi Gilgamesh. Sirva para que otros encuentren el suyo.


R.M.

Río Colorado, Setiembre 2011.

2 comentarios:

  1. Siempre con bellas y eficaces ideas, generosos aportes a la lectura, Ramón, muchas gracias. Además, devolverle su nombre original es un plus inesperado.
    Hace un tiempo buscaba en mi biblioteca una edición del Centro Editor, que seguro leí apuradamente, quise releer y no lo encontré.
    Ahora tengo tu versión, me alegra. Una pregunta: ¿vas a ir entregándolas así, como un folletín? Te pregunto por mi fobia a leer en pantalla, para saber si luego podremos tener el archivo completo.
    Un abrazo y gracias de nuevo.

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  2. Gracias por tu comentario tan generoso y alentador, Raúl!

    También a mí me desagrada - y me fatiga - leer en pantalla. En el blog está todo el texto, con el inconveniente de que uno se ve precisado a ir cada vez a las "entradas más antiguas". Veré si se puede hacer algún modesto impreso.

    Cierto es lo que me decís de la versión del Centro Editor! Supe tenerla y leerla, a pesar de su letra menuda. Creo que había partes de la obra que fueron omitidas en esa edición, que de todos modos era tan valiosa como otros libros del Centro que nos alfabetizaron en todos los terrenos.

    Abrazo

    Ramón

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